El ánimo de Ford Barrett se elevó al leer la carta que había estado esperando siete largos años para recibir. Una carta que a menudo había perdido la esperanza de ver alguna vez. Una carta que pondría fin a su largo exilio y le permitiría reclamar todo lo que le habían robado.

Incluyendo su corazón.

Después de un viaje de cinco meses y muchos miles de millas, la carta había llegado ese mismo día a Singapur. Ford y sus socios comerciales habían estado tan ocupados que fue después del atardecer cuando tuvieron la oportunidad de leer su correo.

Ahora los tres hombres estaban sentados leyendo su correspondencia a la luz de las velas, en la profunda terraza del bungalow de madera que habían ayudado a construir al lado de su almacén. En lo alto, las gotas de lluvia del monzón del sudoeste golpeaban suavemente el techo, cubierto con hojas de palma. La conmoción lejana de una pelea de gallos se mezclaba con un aullido inquietante que convocaba a los maylays y los árabes a sus oraciones vespertinas. Olores acre de pescado, manglares y varitas de incienso quemadas flotaban en el aire bochornoso de la noche.

Hadrian Northmore levantó la vista de una de sus cartas para mirar a Ford con una mirada penetrante. “Malas noticias, ¿verdad? Nunca te había visto tan amargado.

Ford hizo un gran esfuerzo por relajar los tensos músculos de su rostro para adoptar su habitual expresión neutra. Odiaba que los demás pudieran adivinar sus verdaderos sentimientos, incluso el hombre duro y orgulloso que lo había ayudado a hacer fortuna.

El comentario de Hadrian llamó la atención de Simon Grimshaw de su propia correspondencia. No más deudas, ¿verdad, Ford? Pensé que pagaste el último de esos hace años.