La Isla de la fortuna es como un bazar en el que hay de todo. O también: es una novela gastronómica, un género nuevo, quizá narración de intriga, con sus sobresaltos y dobles sentidos, quizá de amor…, o quizá libro de cocina, con sus recetas y manejos…
Pero ahora pongámonos serios y digamos:
La Isla de la fortuna es la que encontró Goyo tras sus dos años de cocinero. Imagínense: un señor que ha pasado de los cuarenta, que se ha separado de su mujer (civilizadamente, eso sí), que tiene dos hijas, a cual más lista y más guapa, y que aburrido del mundo y de lo que deja atrás, vuelve a su tierra para pensar en sus cosas. Goyo tiene dinero —eso que no falte—, y nada que hacer, y uno de aquellos días, tomando cañas con Reyes y los demás (Reyes es su colega desde que eran pequeños) se enteran de que don Jesús Soler ha muerto.
―¿Y eso qué tiene que ver?
―¿Cómo qué tiene que ver? Tiene que ver todo. Don Jesús era el dueño de uno de los bares de la puebla que ellos frecuentaban, el bar Soler, bar antiguo, de toda la vida, famoso por los mejillones en salsa…
¿Qué se puede de hacer con semejantes mimbres? Pues una novela, que es lo que aquí se cuenta.
Y todo esto sin hablar de Manolo y sus muchas artes, incluidas las de pesca, ni de Abril y sus amores con Lituco (tenía otro novio, uno más antiguo, Juancho, que gastaba un Mercedes 500, pero lo que son las cosas…), ni de la merluza fresca, frita y fría, ni del Cholo Bustelo, un antiguo condiscípulo de estos que es policía y al que han robado un alijo… ¡Ah!, y lo anterior sin merma de la cantidad de dinero que inexplicablemente maneja Manolo, la furgoneta a la que alguien coloca un radiofaro o la presencia de Julito, un yonqui muy tirado.
―¿Muy tirado?
―Sí, muy tirado. Muy muy tirado.
―Sigo sin entenderlo.
―Claro. Es que para embriagarse de su esencia hay que leer el libro, que en esta vida no hay nada gratis. Sin embargo, es sencillo: con unos cuantos capítulos que se llaman Banquete español,Otoño, Invierno,Primavera,Verano,Recolección,Celajes invernalesyEscenas postreras,le damos forma al asunto, y luego…
―¿Luego qué?
―Pues que el que quiera que se meta en el lío, que la cosa tiene su aquel.