Toda la oficina contenía la respiración. El silencio era ensordecedor, la tensión era tan densa que se podía cortar con un cuchillo. Nadie se atrevía a moverse, y mucho menos a hablar. El aire era frío, no por el aire acondicionado, sino por la presencia de la mujer que presidía la larga mesa de conferencias.

La mirada de Adrianne Worman era penetrante, su expresión era de piedra. Sostenía un contrato en sus manos, sus dedos de manicura perfecta apretando las páginas. Un simple movimiento de muñeca hizo que el documento volara por la mesa.

"¿Crees que soy tonta?" Su voz era gélida, estremeciendo a los hombres trajeados que tenía delante. "¿Me tomas por una niñita ingenua a la que puedes manipular?"

La directora ejecutiva de Worman Enterprises no era conocida por sus segundas oportunidades. El hombre frente a ella, un alto ejecutivo que le doblaba la edad, tragó saliva con dificultad, pálido.