Si bien ese fue un tiempo de vino y rosas al principio, la paz y la alegría se eclipsaron pronto, dando luz a lo contrario. Las intrigas palaciegas sucesorias, abrieron paso a sangrientas guerras fratricidas, entre españoles. Para empeorar el estado de las cosas, el ocaso invadió a su vez el insostenible y vasto Imperio Español. Con todo, lo que sucedió a continuación, España quedó así exhausta y arruinada. La población, por otro lado, sufrió y mucho con la perdida colonial de las posesiones en Marruecos y Ultramar.
Un reguero de muerte y desolación acompañó a una valiosa generación de jóvenes españoles, perdida por horribles enfermedades y enfrentamientos bélicos. Destacados personajes de la época y sus decisiones tuvieron gran transcendencia, más para mal que para bien, en tierras extrañas. La ejemplaridad y la experiencia de los mandos militares, como fue el caso de Ferrer, no fueron suficientes para revertir la situación general. El sueño imperial español, que no el honor, fue sepultado en esas tierras para siempre, forjando a su vez el dicho castellano de que: ¡Más se perdió en Cuba!